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La Venerable María Isabel Mazza

Nació en la provincia de Bérgamo (Italia) el 21 de Enero de 1886

Fue profesora en la escuela primaria fiscal, animadora del mundo educativo entregando especialmente sus fuerzas a varias asociaciones magistrales.

En 1936 fundó la congregación de las Misioneras de la Escuela Cristiana Católica o Pequeñas Apóstolas de la Escuela Cristiana, para que las hermanas sean fermento de bien en los ambientes educativos más hostiles al cristianismo.

Su importante misión terminó con su muerte, acaecida el 29 de agosto de 1950, pero sus frutos se mantienen en Italia y en Ecuador.

Fue declarada Venerable por el Papa Francisco el 7 de Julio del 2017.

María Isabel Mazza nace el 21 de enero de 1886. En Martinengo – antigua aldea medieval a unos veinte kilómetros de la ciudad de Bérgamo (norte de Italia). Hija de Carlos Mazza y Agustina Bordogna.

Su madre Agustina, murió lastimosamente muy pronto, a los treinta y ocho años de edad, cuando Isabel tenía apenas ocho años.

Desde pequeña se caracterizó por poseer una inteligencia vivaz, voluntad tenaz y su entusiasmo por el bien, aunque se puede visualizar en ella una cierta obstinación que le hace duro y difícil someterse a la voluntad de otros, pero se empeña en obedecer hasta en las cosas más pequeñas.

Después de pocos años se convierte en una señorita bella de figura gentil y delicada, con una mirada dulcísima, aunque tenaz. Mientras continuaba su formación en el internado de San Benito.

El 26 de abril de 1903, día de la Virgen del Buen Consejo, en vísperas de abandonar el internado, emite con el permiso de su Director Espiritual padre Carlos Signorelli, el voto temporal de castidad que le será concedido renovar por breves períodos, sin interrupciones.

El año siguiente, a los 18 años de edad, escribe su propósito entusiasta, valiente, precioso, en el cual pone toda su voluntad todo su ser: “Quiero ser Santa”

YO QUIERO SER SANTA

¡Oh María, Madre mía que me has adoptado como tu hija, ayúdame, ¡yo quiero ser SANTA!

Más será preciso que yo me deje pacientemente humillar, estar contenta, aunque rechazada y olvidada…

¡no importa, estoy decidida, quiero ser SANTA!

Más será preciso que no me impaciente, no me justifique y no me deje llevar por el malhumor…

¡No importa, estoy decidida, quiero ser SANTA!

Más tendré que superarme continuamente, someter mi voluntad a la de mis superiores; no contradecirles, no refunfuñar, continuar hasta el fin el trabajo empezado, fuera cual fuera mi disgusto y mi aburrimiento…

¡No importa, estoy decidida, quiero ser SANTA!

Será preciso que yo practique en sumo grado la caridad hacia las personas que me rodean; tendré que quererlas, aguantarlas, tolerarlas, ofrecerles cada día algún servicio y estar alegre cuando esto me cueste trabajo.

¡No importa, estoy decidida, quiero ser SANTA!

Más tendré que luchar diariamente con mi pereza, cobardía y orgullo.

Tendré que renunciar a las diversiones mundanas.

Tendré que renunciar a la vanidad que me empuja a envanecerme con la belleza de mi cuerpo, a la sensualidad que me empuja gozar de la vida.

Tendré que romper con la antipatía que me empuja a huir de quienes no quiero…

¡No importa, estoy decidida, quiero ser SANTA!

Tendré que soportar largas horas de aburrimiento, de tristeza, de disgusto, de desaliento…

¡No importa, estoy decidida, quiero ser SANTA, porque entonces, Dios mío tu estarás conmigo!

¡Oh María Madre Santísima ayúdame, yo quiero ser SANTA!

ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Las horas más agradables eran aquellas que podía pasarlas en la iglesia, en adoración de la Eucaristía de día, y, cuando le era posible, también de noche.

“Jesús bendito vela en medio de nosotras en el Tabernáculo, y allí acoge nuestros suspiros, nuestros pensamientos y vuelve a encender y a atizar el fuego de su divina caridad en nuestros corazones.”

Una de sus preocupaciones, los sacerdotes

Para ella vivir la fe significaba también trabajar para el “Dueño de la mies” y comprometerse en la ayuda espiritual y material de quien camina hacia el sacerdocio o había sido ordenado.

En la construcción de su propia espiritualidad ocupaba un puesto de relieve la contribución, mediante la oración y las obras, a la formación de sacerdotes santos. Un día escribió lo siguiente: “No una, sino más bien mil vidas quisiera gastar por esta sublime tarea”.

“La obra del sacerdote es tanto más valida cuanto más escondidos pasan el cansancio, el sacrificio, el peso de la cruz…Se necesita su muerte mística, la renuncia completa a su voluntad para uniformarla a la de Dios”.

En una oración así se expresaba: “Jesús, santifica a tus ministros, porque un sacerdote santo puede santificar un número infinito de almas; inmenso el bien derramado donde quiera por el oloroso perfume de sus virtudes”

Libros

En Italiano

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